Extraido de Meristation: http://www.meristation.com/v3/des_articulo.php?pic=GEN&id=cw49bd51c6359af
Un joven alemán de 17 años mató, el pasado miércoles, a quince personas. Como ya viene siendo habitual, los videojuegos, esa industria infantil a ojos de muchos, han pasado a ser los culpables.
Ser periodista y estar especializado en algún campo sirve, en la mayoría de casos, para ver como los compañeros de profesión son capaces de explicar una realidad desde el desconocimiento. Eso puede provocar daños enormes por parte del conocido como cuarto poder. Si uno, amante de los videojuegos, ve como profesionales de la comunicación no tienen reparos en disparar a ciegas cuando hablan de la industria, mejor no pensar lo que se puede llegar a contar de manera imprecisa en otros ámbitos. Desde la justicia a la economía, política… hablar de todo. Saber de poco. Y, en este caso, que reciban los videojuegos.
El ocio electrónico es una de las principales preocupaciones de los padres y madres. La fuerza de la industria es evidente. Cada vez es más raro ver alguna casa sin consola, algún niño sin pedirla para Navidad. Y a los padres no les gusta ver como sus hijos están “enganchados todo el día con la maquinita”. El filón está claro. Pero acusar a los videojuegos de tener alguna relación con la matanza de Winnenden es una acción populista por parte de los medios de comunicación. Brindar información que interese al público al que se dirige cada publicación es lícito. No lo es tanto cuando se falta a la verdad y cuando se estigmatiza un sector desde la más profunda ignorancia. Para muestra, un botón.
Tim Kretschmer mató a alumnos de la escuela, profesores y otras personas que no guardaban relación con la escuela. Rápidamente saltó a la palestra el nombre de Far Cry y el de Counter Strike. Juegos encontrados en la habitación del asesino. La mera presencia de estos productos ha sido suficiente para protagonizar artículos de opinión, noticias complementarias y titulares de impacto. Es muy fácil escribir en contra de la industria, hablar de los problemas que se presuponen de que un niño se tire horas matando a zombies o terroristas. Pero la relación causa efecto que se intenta dejar implícitamente cae por su propio peso.
La articulista Paloma Pedrero, del periódico La Razón, publicaba una entrada esta semana en la que se preguntaba cómo podía ser que los videojuegos no tengan recomendación por edad. Pocas carátulas ha visto Pedrero en su vida. A lo mejor cree que el +16, +12, etc. que podemos ver en la esquina inferior izquierda de las cajas de los juegos son el número de neuronas por hora que los jugadores perdemos cuando jugamos a “esta mierda”, como define ella al ocio electrónico. Tampoco acierta demasiado 20 minutos con su artículo “los videojuegos violentos, presentes en sucesos como el de Alemania”. En el texto, de manera más o menos indirecta, se deja entrever una relación causa efecto. Todos los que protagonizan matanzas tienen videojuegos violentos. Ergo los que tienen videojuegos violentos pueden matar, ¿no? No se entiende la intención del artículo, meridianamente claro en el titular, cuando dentro del texto está la verdadera respuesta: Los padres deben conocer los contenidos y hacer caso de las recomendaciones de edad. Esas que según Pedrero no existen.
No son los únicos. El Público relató el testimonio de una persona que conocía al asesino. “Era bueno jugando a Counter Strike”. ¿Y? Las opiniones en las noticias existen en el momento en el que los periodistas decidimos qué declaraciones incorporar u omitir en las piezas. La intención, en este caso, es clara. El Mundo también destacaba el hecho que tenía diversos juegos violentos como Counter Strike, al que juegan “millones de personas”. ¡Encerradlos a todos, rápido (a mí no, que no lo tengo)!
Es de recibo comentar dónde las cosas no se han hecho, en este caso, mal. El País, en un artículo de opinión titulado Crímenes sin sentido, repasa los problemas de personas marginadas en su entorno como es el caso y el problema de socialización en casos concretos. Se menciona a los videojuegos como un agravante más a la hora de canalizar un problema mucho más grave. Impecable estuvo Joaquín Luna en su artículo ‘Todos se ríen de mí’. Ni una mención a los videojuegos violentos y sí a los factores determinantes en la acción de Kretschmer.
Pero rara vez aparece un artículo como el de la Vanguardia, que complementando alguna información sobre una matanza de este tipo, se pregunte sobre el problema yacente en una sociedad de la que ciertas personas se pueden sentir desplazados. No se denuncia el “todos se ríen de mí” atribuido a Kretschmer horas antes de su locura. Y se escurre la responsabilidad de los padres. El chico estaba pidiendo ayuda. Nadie le oyó gritar. Se pasa por encima el hecho que estuviera en tratamiento psiquiátrico y no siguiera con su terapia. No es relevante que su padre tuviera una veintena de armas, que el chico tuviera un acceso insultantemente fácil a ellas ni el dominio certero que demostró en la matanza. Un dominio que no se aprende con teclado y ratón. Pero tenía Counter Strike en su habitación. Y eso es importante para El Mundo, El Público, 20 minutos, La Razón. Pero los nombres dan igual. Ya que en un futuro serán otros medios los que se equivocarán.
No somos asesinos. Los jugadores de videojuegos no tenemos dentro de nosotros un potencial violento superior a otros. Los desequilibrios por problemas personales, obsesiones enfermizas y otras patologías presentes siempre en cada uno de estos brotes de violencia sólo pueden encontrar en los videojuegos la excusa de una sociedad que se muestra incapaz de solucionar sucesos que se salen de la lógica.
Los mecanismos que hay establecidos en la industria de los videojuegos y la responsabilidad de cada uno deberían ser suficientes para evitar cualquier trastorno por uso indebido. El sistema PEGI es meramente informativo. Pero de la misma manera que los padres no dejarán ver la película ‘Silencio de los Corderos’ a su hijo de diez años, tampoco deberían permitir que jugaran a juegos para mayores de 16 años. Como Far Cry, por ejemplo. Los niños juegan solos, pero si un padre no sabe a lo qué juega a su hijo es culpa suya. Que no mire hacia otro lado. Como en casi todo, la educación es básica para un buen desarrollo. Y los videojuegos son un apartado más a tener en cuenta. No el entretenimiento del que mi hijo no se desengancha y yo como padre ni me intereso.
Hay violencia tanto explícita como implícita en todos los medios. Desde imágenes de personas muertas en los periódicos que quieren moralizar sobre la industria de los videojuegos, a los telediarios. O en el cine. Incluso en literatura. No se puede obviar que hay un grado de interacción en los juegos que no existe en los otros campos mencionados, pero si un jugador se siente “el rey del mundo virtual” matando a enemigos, como comentaba una articulista recientemente, pero luego no discierne el juego de la realidad, no es culpa de los videojuegos.
Por: Salva Fernàndez
Un joven alemán de 17 años mató, el pasado miércoles, a quince personas. Como ya viene siendo habitual, los videojuegos, esa industria infantil a ojos de muchos, han pasado a ser los culpables.
Ser periodista y estar especializado en algún campo sirve, en la mayoría de casos, para ver como los compañeros de profesión son capaces de explicar una realidad desde el desconocimiento. Eso puede provocar daños enormes por parte del conocido como cuarto poder. Si uno, amante de los videojuegos, ve como profesionales de la comunicación no tienen reparos en disparar a ciegas cuando hablan de la industria, mejor no pensar lo que se puede llegar a contar de manera imprecisa en otros ámbitos. Desde la justicia a la economía, política… hablar de todo. Saber de poco. Y, en este caso, que reciban los videojuegos.
El ocio electrónico es una de las principales preocupaciones de los padres y madres. La fuerza de la industria es evidente. Cada vez es más raro ver alguna casa sin consola, algún niño sin pedirla para Navidad. Y a los padres no les gusta ver como sus hijos están “enganchados todo el día con la maquinita”. El filón está claro. Pero acusar a los videojuegos de tener alguna relación con la matanza de Winnenden es una acción populista por parte de los medios de comunicación. Brindar información que interese al público al que se dirige cada publicación es lícito. No lo es tanto cuando se falta a la verdad y cuando se estigmatiza un sector desde la más profunda ignorancia. Para muestra, un botón.
Tim Kretschmer mató a alumnos de la escuela, profesores y otras personas que no guardaban relación con la escuela. Rápidamente saltó a la palestra el nombre de Far Cry y el de Counter Strike. Juegos encontrados en la habitación del asesino. La mera presencia de estos productos ha sido suficiente para protagonizar artículos de opinión, noticias complementarias y titulares de impacto. Es muy fácil escribir en contra de la industria, hablar de los problemas que se presuponen de que un niño se tire horas matando a zombies o terroristas. Pero la relación causa efecto que se intenta dejar implícitamente cae por su propio peso.
La articulista Paloma Pedrero, del periódico La Razón, publicaba una entrada esta semana en la que se preguntaba cómo podía ser que los videojuegos no tengan recomendación por edad. Pocas carátulas ha visto Pedrero en su vida. A lo mejor cree que el +16, +12, etc. que podemos ver en la esquina inferior izquierda de las cajas de los juegos son el número de neuronas por hora que los jugadores perdemos cuando jugamos a “esta mierda”, como define ella al ocio electrónico. Tampoco acierta demasiado 20 minutos con su artículo “los videojuegos violentos, presentes en sucesos como el de Alemania”. En el texto, de manera más o menos indirecta, se deja entrever una relación causa efecto. Todos los que protagonizan matanzas tienen videojuegos violentos. Ergo los que tienen videojuegos violentos pueden matar, ¿no? No se entiende la intención del artículo, meridianamente claro en el titular, cuando dentro del texto está la verdadera respuesta: Los padres deben conocer los contenidos y hacer caso de las recomendaciones de edad. Esas que según Pedrero no existen.
No son los únicos. El Público relató el testimonio de una persona que conocía al asesino. “Era bueno jugando a Counter Strike”. ¿Y? Las opiniones en las noticias existen en el momento en el que los periodistas decidimos qué declaraciones incorporar u omitir en las piezas. La intención, en este caso, es clara. El Mundo también destacaba el hecho que tenía diversos juegos violentos como Counter Strike, al que juegan “millones de personas”. ¡Encerradlos a todos, rápido (a mí no, que no lo tengo)!
Es de recibo comentar dónde las cosas no se han hecho, en este caso, mal. El País, en un artículo de opinión titulado Crímenes sin sentido, repasa los problemas de personas marginadas en su entorno como es el caso y el problema de socialización en casos concretos. Se menciona a los videojuegos como un agravante más a la hora de canalizar un problema mucho más grave. Impecable estuvo Joaquín Luna en su artículo ‘Todos se ríen de mí’. Ni una mención a los videojuegos violentos y sí a los factores determinantes en la acción de Kretschmer.
Pero rara vez aparece un artículo como el de la Vanguardia, que complementando alguna información sobre una matanza de este tipo, se pregunte sobre el problema yacente en una sociedad de la que ciertas personas se pueden sentir desplazados. No se denuncia el “todos se ríen de mí” atribuido a Kretschmer horas antes de su locura. Y se escurre la responsabilidad de los padres. El chico estaba pidiendo ayuda. Nadie le oyó gritar. Se pasa por encima el hecho que estuviera en tratamiento psiquiátrico y no siguiera con su terapia. No es relevante que su padre tuviera una veintena de armas, que el chico tuviera un acceso insultantemente fácil a ellas ni el dominio certero que demostró en la matanza. Un dominio que no se aprende con teclado y ratón. Pero tenía Counter Strike en su habitación. Y eso es importante para El Mundo, El Público, 20 minutos, La Razón. Pero los nombres dan igual. Ya que en un futuro serán otros medios los que se equivocarán.
No somos asesinos. Los jugadores de videojuegos no tenemos dentro de nosotros un potencial violento superior a otros. Los desequilibrios por problemas personales, obsesiones enfermizas y otras patologías presentes siempre en cada uno de estos brotes de violencia sólo pueden encontrar en los videojuegos la excusa de una sociedad que se muestra incapaz de solucionar sucesos que se salen de la lógica.
Los mecanismos que hay establecidos en la industria de los videojuegos y la responsabilidad de cada uno deberían ser suficientes para evitar cualquier trastorno por uso indebido. El sistema PEGI es meramente informativo. Pero de la misma manera que los padres no dejarán ver la película ‘Silencio de los Corderos’ a su hijo de diez años, tampoco deberían permitir que jugaran a juegos para mayores de 16 años. Como Far Cry, por ejemplo. Los niños juegan solos, pero si un padre no sabe a lo qué juega a su hijo es culpa suya. Que no mire hacia otro lado. Como en casi todo, la educación es básica para un buen desarrollo. Y los videojuegos son un apartado más a tener en cuenta. No el entretenimiento del que mi hijo no se desengancha y yo como padre ni me intereso.
Hay violencia tanto explícita como implícita en todos los medios. Desde imágenes de personas muertas en los periódicos que quieren moralizar sobre la industria de los videojuegos, a los telediarios. O en el cine. Incluso en literatura. No se puede obviar que hay un grado de interacción en los juegos que no existe en los otros campos mencionados, pero si un jugador se siente “el rey del mundo virtual” matando a enemigos, como comentaba una articulista recientemente, pero luego no discierne el juego de la realidad, no es culpa de los videojuegos.
Por: Salva Fernàndez